Además de otro tan importante o más que aquí no viene a cuento, el gran amor de mi vida es La Radio. No siempre ni con la intensidad deseada he podido estar implicado en la Comunicación y en el Periodismo, mis pasiones desde hace ya un poco más de ¡cuarenta años!, ni más ni menos.
Tal y como muchos profesionales de extensa o intensa biografía cuentan
cuando se les pregunta, yo también jugaba de niño a radiar noticias, presentar
programas, hacer entrevistas o crónicas. Recuerdo que en mis tiempos de insti,
cuando era estudiante de bachillerato, animaba a otros compañeros a salir a la
calle, grabadora en ristre (aquellas primeras Phillips de bandolera del por
entonces incipiente cassette), a hacer entrevistas o encuestas. Luego, con todo
el material y el radiocassette de casa, montaba aquellas cintas a base de mucho
rec y play ¡Cuántas horas rebobinando dándole al bic!
Grabadora de cassette Phillips. Imagen: todocolección.net |
La radio es mi pasión. Creo que, de cuantos existen, es el
mejor de los medios, por encima de los visuales. El atractivo de la pantalla,
la útil y entretenida pantalla que
a todo el mundo encandila y que ha conseguido que el televisor sea el poderoso totem que preside todos los salones o cuartos de estar del
mundo o que los pasajeros del metro no levanten la vista del gadget que les
ilumina la cara, es paralizante. Nos exige estar ahí, prestándole toda nuestra atención, mirando lo que nos
enseña que o es una pequeña parte de la realidad, o, por lo general y salvo honrosas excepciones, es algo
frívolo. La televisión, la hoy plana y otrora caja tonta que a veces no lo es tanto aunque atonte, es, además, una extensión del cine para el que se ha consumado
como feroz alternativa.
Cuando todavía era un mozalbete, entre los amigos del
barrio, en la pandi, estaba Carolina, una guapísima chica rubia, pizpireta y a la sazón
hija de Matilde Conesa y de Julio Montijano, dos actorazos del tristemente
desaparecido cuadro de actores de la Sociedad Española de Radiodifusión, la SER. En casa de Carolina (en la actualidad actriz de doblaje), con
ocasión de algún cumpleaños, de alguna fiesta o simplemente porque llovía y
hacía mal tiempo en la calle, jugábamos con guiñoles haciendo teatrillos. Allí,
por entre las rendijas de puertas entreabiertas, pude ver a otros grandes como
Pedro Pablo Ayuso, Carmen Seco, Juana Ginzo… ¡Las grandes estrellas de la
radio! ¡El Hollywood de las ondas! Escuchar aquellas voces sin transistor de por
medio me estremecía de modo inconfensable mientras que para mis compañeros de
juego parecía ser algo normal, intrascendente.
Nunca alcancé mi sueño de hacer o simplemente de colaborar con uno de esos programas de nivel mass-media, pero en mi experiencia
profesional llevo a gala algunos hitos que sólo han sido y son importantes para
mi. Todavía estudiante, conseguí que Ernesto Pérez de Lama me permitiera hacer
un programita en Radio Juventud de Madrid. El primer día que llegué a la
emisora de Diego de León para hacer mi programa me temblaban las piernas y sudé
como si hubiera entrado en una sauna. De un programa semanal pasé a presentar
uno diario. Depositaron en mi gran confianza, me entregaron las llaves de la
emisora a la que acudía cada mañana a eso de las seis y media para encender los
equipos, transmisor, giradiscos..., que debían calentarse previamente para
alcanzar un funcionamiento óptimo a la hora de empezar la emisión, justo a las siete AM. A Madrid, al
menos a una pequeña parte, la despertaba cada mañana con un programa de una
hora que precedía al famoso Antonio Fernández y su “Área Reservada”. Y luego,
en un alarde de osadía, propuse y conseguí conducir el primer programa de la FM
española que suponía una emisión continuada de 24 horas. Aquel programa que sólo
se emitía en las noches de viernes a sábado y de sábado a domingo (mañana en la
que nos daba el relevo un tal Juan Ramón Lucas), se llamaba “Ni corto ni
perezoso”. A la iniciativa no tardaron en sumarse emisoras más poderosas con
programas de parecido corte. Por el nuestro pasaron, entre otros muchos, artistas como Miguel Ríos,
Luz Casal o Joaquín Sabina al que mi querido y prematuramente fallecido
compañero Jaime Barella le hizo su primera entrevista radiofónica cuando,
recién llegado de Londres, empezó a cantar en LaMandrágora, por entonces el templo de los cantautores en la Cava Baja del madrileño barrio de La Latina.
Después, acabados los estudios, la necesidad de trabajar me condujo hasta
Elche, a Salamanca después, luego a Elda, luego a Alicante y luego a Cádiz donde fui jefe de
programas hasta casi la extinción de Antena3-Radio antes de pasar a ser, ya
absorbida por la SER, Sinfo-Radio. A lo largo de esos años tuve, además, la
oportunidad de ser testigo y participar en la inauguración de emisoras nuevas,
una experiencia de emoción indescriptible.
Pero complejas vicisitudes me alejaron de mi amada radio de
la que, quizá por la cabezonería de mantener un pundonor mal entendido, el de no pedir favores ni querer “enchufes” (mi familia tenía cierta relación de amistad
con la de Díaz-Cañabate, por entonces gran accionista de la SER), no me
llegaron nuevas oportunidades. Hubo un tiempo en el que me vi trabajando en la
obra, como un simple peón en una empresa de impermeabilizaciones de balsas de
riego, un trabajo físico duro y exigente que había que hacer sin dejar de poner
en él los cinco sentidos constantemente. Un pequeño error, un mínimo fallo, supondría
el colapso de toda la estructura una vez que el peso de toneladas de agua la
pusiera a prueba.
Pero aún exiliado de mi mundo y lejos, muy lejos de lo que podía
considerar mi casa, allá, en medio de la nada, encontré la manera de tener un
mínimo contacto con mi apasionante vocación. En Cuevas de Almanzora, en el
levante almeriense, donde convivía con el resto de la cuadrilla del trabajo, había una
emisora municipal. Su director de entonces, Manolo León (apellido que, dicho
sea de paso, reavivó recuerdos para mi entrañables y a la vez duros), me invitó a coloquios que moderaba los domingos por la mañana. No es que yo fuera un
experto ni que supiera gran cosa, pero a base de leer libros de instrucciones,
revistas sectoriales y folletos publicitarios (la mayoría en italiano, idioma
del proveedor principal de los materiales que se utilizaban en las obras),
llegué a per capire (a comprender), algunas cosas que en lugares como Almería, región
de gran especialización en cultivo de invernadero, son cotidianas e
importantes, vitales.
Al poco, Manolo me permitió presentar un programa los
domingos por la tarde, hora de escasa audiencia pero suficiente para
satisfacer mi “mono” de hacer radio. Recuerdo que cuando se cumplió mi etapa con aquella empresa de trabajo tan penoso y me despedí, Manolo me dijo “¡hombre!,
si desde un principio llego a saber que eras tan profesional y periodista te
hubiera propuesto un contrato”. Gran persona Manolo León, perdí su contacto
pero estoy seguro de que retomaríamos la amistad de inmediato en el mismo punto en
que se quedó cuando nos dimos un abrazo de despedida.
Luego, mi relación con la radio pasó a ser diferente.
Lejos de los centros de emisión y ante la necesidad de tener que pagar mis
facturas, me lancé al ruedo de la producción, de la publicidad y, con las
oportunidades que comenzaron a florecer con los nuevos tiempos, también al de eso que
llaman “emprendimiento”. Precisamente por prestar dedicación plena a esos objetivos, en 2012 y
con gran dolor, tuve que cerrar una emisora on line que puse en marcha cuatro
años antes. Fue una historia relativamente corta pero intensa la de «La Ibisí»,
bautizada así por el topónimo del lugar desde el que emitía. Ese mismo año,
lleno de ilusión y junto a tres compañeros
extraordinarios, nació un proyecto llamado «Wussic» con el que conseguimos el
prestigioso premio «LinktoStart» que concede la Fundación INLEA. Fue el momento
de comprobar que una cosa son las ideas y otra la capacidad financiera para poder hacerlas tangibles.
Ahora, una puñetera lesión de espalda, razón por la que llevo ya dos
operaciones, me tiene prácticamente inmóvil, atenazado, a veces grogui por efecto de los calmantes, a veces fuera de mi (como he tenido ocasión de comprobar con tristeza), y a la espera de ser llamado de nuevo a quirófano para una tercera intervención. Pero eso no
es óbice para que aliente nuevas ilusiones y, a pesar de todo, persiga nuevas metas con proyectos como el de Ninguna Radio, un plan que puede parecer utópico, pero que creo factible siempre que otros se animen a hacerlo también suyo. Se trata de hacer funcionar una de esas teorías formuladas sobre lo que ha venido a llamarse «la nueva radio». Hay que seguir adelante, ¡siempre adelante!
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