sábado, 26 de agosto de 2017

Opus Vitae



Además de otro tan importante o más que aquí no viene a cuento, el gran amor de mi vida es La Radio. No siempre ni con la intensidad deseada he podido estar implicado en la Comunicación y en el Periodismo, mis pasiones desde hace ya un poco más de ¡cuarenta años!, ni más ni menos.

Tal y como muchos profesionales de extensa o intensa biografía cuentan cuando se les pregunta, yo también jugaba de niño a radiar noticias, presentar programas, hacer entrevistas o crónicas. Recuerdo que en mis tiempos de insti, cuando era estudiante de bachillerato, animaba a otros compañeros a salir a la calle, grabadora en ristre (aquellas primeras Phillips de bandolera del por entonces incipiente cassette), a hacer entrevistas o encuestas. Luego, con todo el material y el radiocassette de casa, montaba aquellas cintas a base de mucho recplay ¡Cuántas horas rebobinando dándole al bic!

Grabadora de cassette Phillips. Imagen: todocolección.net 

La radio es mi pasión. Creo que, de cuantos existen, es el mejor de los medios, por encima de los visuales. El atractivo de la pantalla, la útil y entretenida pantalla que a todo el mundo encandila y que ha conseguido que el televisor sea el poderoso totem que preside todos los salones o cuartos de estar del mundo o que los pasajeros del metro no levanten la vista del gadget que les ilumina la cara, es paralizante. Nos exige estar ahí, prestándole toda nuestra atención, mirando lo que nos enseña que o es una pequeña parte de la realidad, o, por lo general y salvo honrosas excepciones, es algo frívolo. La televisión, la hoy plana y otrora caja tonta que a veces no lo es tanto aunque atonte, es, además, una extensión del cine para el que se ha consumado como feroz alternativa.

Cuando todavía era un mozalbete, entre los amigos del barrio, en la pandi, estaba Carolina, una guapísima chica rubia, pizpireta  y a la sazón hija de Matilde Conesa y de Julio Montijano, dos actorazos del tristemente desaparecido cuadro de actores de la Sociedad Española de Radiodifusión, la SER. En casa de Carolina (en la actualidad actriz de doblaje), con ocasión de algún cumpleaños, de alguna fiesta o simplemente porque llovía y hacía mal tiempo en la calle, jugábamos con guiñoles haciendo teatrillos. Allí, por entre las rendijas de puertas entreabiertas, pude ver a otros grandes como Pedro Pablo Ayuso, Carmen Seco, Juana Ginzo… ¡Las grandes estrellas de la radio! ¡El Hollywood de las ondas! Escuchar aquellas voces sin transistor de por medio me estremecía de modo inconfensable mientras que para mis compañeros de juego parecía ser algo normal, intrascendente.

Nunca alcancé mi sueño de hacer o simplemente de colaborar con uno de esos programas de nivel mass-media, pero en mi experiencia profesional llevo a gala algunos hitos que sólo han sido y son importantes para mi. Todavía estudiante, conseguí que Ernesto Pérez de Lama me permitiera hacer un programita en Radio Juventud de Madrid. El primer día que llegué a la emisora de Diego de León para hacer mi programa me temblaban las piernas y sudé como si hubiera entrado en una sauna. De un programa semanal pasé a presentar uno diario. Depositaron en mi gran confianza, me entregaron las llaves de la emisora a la que acudía cada mañana a eso de las seis y media para encender los equipos, transmisor, giradiscos..., que debían calentarse previamente para alcanzar un funcionamiento óptimo a la hora de empezar la emisión, justo a las siete AM. A Madrid, al menos a una pequeña parte, la despertaba cada mañana con un programa de una hora que precedía al famoso Antonio Fernández y su “Área Reservada”. Y luego, en un alarde de osadía, propuse y conseguí conducir el primer programa de la FM española que suponía una emisión continuada de 24 horas. Aquel programa que sólo se emitía en las noches de viernes a sábado y de sábado a domingo (mañana en la que nos daba el relevo un tal Juan Ramón Lucas), se llamaba “Ni corto ni perezoso”. A la iniciativa no tardaron en sumarse emisoras más poderosas con programas de parecido corte. Por el nuestro pasaron, entre otros muchos, artistas como Miguel Ríos, Luz Casal o Joaquín Sabina al que mi querido y prematuramente fallecido compañero Jaime Barella le hizo su primera entrevista radiofónica cuando, recién llegado de Londres, empezó a cantar en LaMandrágora, por entonces el templo de los cantautores en la Cava Baja del madrileño barrio de La Latina.

Después, acabados los estudios, la necesidad de trabajar me condujo hasta Elche, a Salamanca después, luego a Elda, luego a Alicante y luego a Cádiz donde fui jefe de programas hasta casi la extinción de Antena3-Radio antes de pasar a ser, ya absorbida por la SER, Sinfo-Radio. A lo largo de esos años tuve, además, la oportunidad de ser testigo y participar en la inauguración de emisoras nuevas, una experiencia de emoción indescriptible.

Pero complejas vicisitudes me alejaron de mi amada radio de la que, quizá por la cabezonería de mantener un pundonor mal entendido, el de no pedir favores ni querer “enchufes” (mi familia tenía cierta relación de amistad con la de Díaz-Cañabate, por entonces gran accionista de la SER), no me llegaron nuevas oportunidades. Hubo un tiempo en el que me vi trabajando en la obra, como un simple peón en una empresa de impermeabilizaciones de balsas de riego, un trabajo físico duro y exigente que había que hacer sin dejar de poner en él los cinco sentidos constantemente. Un pequeño error, un mínimo fallo, supondría el colapso de toda la estructura una vez que el peso de toneladas de agua la pusiera a prueba.

Pero aún exiliado de mi mundo y lejos, muy lejos de lo que podía considerar mi casa, allá, en medio de la nada, encontré la manera de tener un mínimo contacto con mi apasionante vocación. En Cuevas de Almanzora, en el levante almeriense, donde convivía con el resto de la cuadrilla del trabajo, había una emisora municipal. Su director de entonces, Manolo León (apellido que, dicho sea de paso, reavivó recuerdos para mi entrañables y a la vez duros), me invitó a coloquios que moderaba los domingos por la mañana. No es que yo fuera un experto ni que supiera gran cosa, pero a base de leer libros de instrucciones, revistas sectoriales y folletos publicitarios (la mayoría en italiano, idioma del proveedor principal de los materiales que se utilizaban en las obras), llegué a per capire (a comprender), algunas cosas que en lugares como Almería, región de gran especialización en cultivo de invernadero, son cotidianas e importantes, vitales.

Al poco, Manolo me permitió presentar un programa los domingos por la tarde, hora de escasa audiencia pero suficiente para satisfacer mi “mono” de hacer radio. Recuerdo que cuando se cumplió mi etapa con aquella empresa de trabajo tan penoso y me despedí, Manolo me dijo “¡hombre!, si desde un principio llego a saber que eras tan profesional y periodista te hubiera propuesto un contrato”. Gran persona Manolo León, perdí su contacto pero estoy seguro de que retomaríamos la amistad de inmediato en el mismo punto en que se quedó cuando nos dimos un abrazo de despedida.

Luego, mi relación con la radio pasó a ser diferente. Lejos de los centros de emisión y ante la necesidad de tener que pagar mis facturas, me lancé al ruedo de la producción, de la publicidad y, con las oportunidades que comenzaron a florecer con los nuevos tiempos, también al de eso que llaman “emprendimiento”. Precisamente por prestar dedicación plena a esos objetivos, en 2012 y con gran dolor, tuve que cerrar una emisora on line que puse en marcha cuatro años antes. Fue una historia relativamente corta pero intensa la de «La Ibisí», bautizada así por el topónimo del lugar desde el que emitía. Ese mismo año, lleno de ilusión y junto a tres compañeros extraordinarios, nació un proyecto llamado «Wussic» con el que conseguimos el prestigioso premio «LinktoStart» que concede la Fundación INLEA. Fue el momento de comprobar que una cosa son las ideas y otra la capacidad financiera para poder hacerlas tangibles.

Ahora, una puñetera lesión de espalda, razón por la que llevo ya dos operaciones, me tiene prácticamente inmóvil, atenazado, a veces grogui por efecto de los calmantes, a veces fuera de mi (como he tenido ocasión de comprobar con tristeza), y a la espera de ser llamado de nuevo a quirófano para una tercera intervención. Pero eso no es óbice para que aliente nuevas ilusiones y, a pesar de todo, persiga nuevas metas con proyectos como el de Ninguna Radio, un plan que puede parecer utópico, pero que creo factible siempre que otros se animen a hacerlo también suyo. Se trata de hacer funcionar una de esas teorías formuladas sobre lo que ha venido a llamarse «la nueva radio». Hay que seguir adelante, ¡siempre adelante!


No hay comentarios:

Publicar un comentario